martes, noviembre 26, 2013

La rosa blanca

Era negra noche, las calles del pueblo vacías de gente, tan solo un hombre con la mirada perdida en medio de las siniestras casas y los árboles que proyectaban extrañas formas con las tenues luces de las farolas. Andaba sin saber donde iba, con la cabeza gacha adentrándose en sus pensamientos.
Llegó al portal de su casa, pero se lo pasó de largo, no era ese el destino que le empraba esa fría noche. 
El hombre siguió andando hasta a las afueras del pueblo. Diez minutos más tarde, llegaba a su destino, el cementerio.

Abrió lentamente la puerta que chirrió a su paso, entró. El aire era frío y húmedo, típico de invierno, el silencio reinaba allí, solo se podían oír las ranas del río que pasaba cerca y el agua siseando.
Se fue deslizando ente nichos y lápidas hasta llegar a su destino.

Las flores de años anteriores, permanecían marchitas y esparcidas por el suelo. La figura de un ángel, que tiempo atrás había sido muy bello, ahora, lleno de polvo y suciedad, daba lástima de mirarlo, le faltaban dos dedos de la mano, la nariz y parte de una ala eso le daba un aspecto lúgubre y siniestro que le hizo apartar rápidamente la mirada.

Se sentó en el frío y duro suelo del cementerio y se puso a contemplar a su alrededor. Al cabo de unos minutos adentrado en sus pensamientos, divagando entre recuerdos, se dio cuenta de una cosa.
Una rosa blanca permanecía quieta en el medio del nicho. Una rosa blanca que dejó él allí hacía años, recordaba que la gente se había quejado de que la flor era de plástico, pero no les hizo caso.
Él lo quería así, esa rosa blanca nunca moriría.
Al igual que su esposa, él nunca lo aceptaría.

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